Por milenios, anhelamos edificios que pudieran raspar el cielo, tocar los cielos, pero las alturas a las que esperábamos escalar estaban limitadas por las deficiencias de nuestros materiales de construcción y la debilidad del cuerpo humano.
Cuando el acero y el concreto entraron en escena a fines del siglo XIX, finalmente tuvimos las herramientas para construir en altura. Sin embargo, nos faltaba una pieza clave de tecnología, algo que todos hoy damos por sentado.
Antes de tener rascacielos, solo podíamos construir hasta aproximadamente siete pisos. Parte de ello se debía a la construcción en albañilería, pero parte también se debía a los límites humanos de cuánto podíamos subir escaleras. Subíamos escaleras y tal vez llegaríamos a siete pisos y nos quedaríamos sin aliento.
Entonces, necesitábamos este sistema de transporte. Una de las desarrollos más críticos que permitió que los rascacielos fueran posibles fue el ascensor Otis. Hoy en día, damos los ascensores por sentado, pero cuando aparecieron por primera vez, la gente no podía creerlo.
A mediados del siglo XIX, las personas no subían en ascensores porque eran inseguros. Los ascensores eran una invención industrial que transportaba mercancías de un piso a otro mediante una cuerda. La invención del freno de seguridad en 1853 cambió eso por completo. Cuando esa cuerda se rompía, la plataforma con todas las mercancías se detenía inmediatamente y no caía.
Cuatro años después, se instaló el primer ascensor para pasajeros. Parecía increíblemente fantástico. Los turistas que viajaban a Estados Unidos en la década de 1850 y 1860 se volvían locos cuando se encontraban con un ascensor. Hay una historia del duque de Devonshire quien fue a Nueva York, probó un ascensor y luego les escribió a su familia para contarles que había subido en un «ferrocarril vertical».
La invención del ascensor de seguridad permitió la oportunidad de construir en altura. Vimos el cambio desde el espacio más deseable, que se encontraba en la parte inferior del edificio, hacia los pisos en la parte superior del edificio, por encima del ruido y los olores, con la capacidad de tener una vista y más luz lateral.
Así vimos la urbanización, la tendencia de poner a más personas en un espacio más pequeño, evolucionando hacia un espacio vertical, hasta lo que vemos hoy en día: edificios de 150, 160 y hasta 200 pisos de altura.